Las navidades de 1.998 son unas fechas que difícilmente olvidaremos los que una vez fuimos poseedores de una Nintendo 64: uno de los juegos más esperados de todos los tiempos, The Legend Of Zelda: Ocarina Of Time, había sido puesto, por fin, a la venta. No estábamos desde luego ante un juego más, eso por descontado. Ocarina Of Time era y es muchísimo más que un gran juego, es lo más cercano a la perfección que nuestros atónitos ojos han sido capaces de contemplar en toda su dilatada existencia. Recorrer enormes y preciosos mundos en 3D era un sueño que años antes parecía utópico, pero que se convirtió en una auténtica realidad cuando este sensacional cartucho cayó en nuestras manos. Ni que decir tiene que rápidamente se convirtió en el favorito de la crítica y de los millones de jugadores que pueblan cada rincón de este nuestro planeta, servidor incluido, por supuesto. A mí personalmente no me da reparos ni vergüenza reconocerlo: es el único videojuego de los muchísimos que he probado en todos estos años que ha conseguido que se me ericen hasta los pelos del cuello al jugarlo por primera vez, hará ya casi una década. ¡El único! Ningún otro título ha conseguido transmitirme las mismas sensaciones de placer y felicidad que me transmitió la primera y gran aventura de Link en N64 en su momento. Ocarina Of Time es mágico, irrepetible, de los que sólo se programarán uno cada 100 años, y es por eso que quiero dedicar los próximos meses de mi vida a analizarlo de pe a pa, sin dejarme absolutamente nada en el tintero. Será una tarea ardua y complicada, pero el juego lo merece, vaya que si lo merece. Tamaña obra de arte no podía estar ausente en mi página, y no sólo va a estar presente sino que le voy a dar un trato especial, como nunca antes se lo había dado a un comentario de juegos nintenderos. Como dirían los irremplazables Tip y Coll en su gag del vaso de agua: empesons!